domingo, 18 de agosto de 2019

El infinito pormenor

En las películas, como en nuestros sueños o nuestras ficciones, todos los eventos se suceden unos detrás de otros ininterrumpidamente. Son como piezas perfectamente engrasadas de un gran mecanismo, de un gran plan. E incluso aquellos eventos que aparentemente no parecen encajar, lo hacen finalmente, porque también tienen su propósito dentro de la trama. Es como si el destino, inevitable, se encargase de alinear todo lo que debiera suceder antes. La realidad, sin embargo es diferente. Y valga de muestra la siguiente experiencia:

El miércoles fue un día normal en mi vida, también normal. A última hora de la tarde me dispuse a introducir mi coche en el garaje, ya que lo había dejado fuera el día anterior. Para poder aparcar en mi plaza de garaje es preciso abrir dos puertas, una exterior al edificio y otra interior. Conduje hasta la puerta exterior como suelo hacer habitualmente y pulsé el botón del mando a distancia para abrirla. La señal parecía débil pero la puerta se abrió. Al descender por la rampa al piso -2, donde tengo mi plaza de garaje, volví a pulsar el botón del mando a distancia para abrir la puerta interior. En esta ocasión la puerta no se abrió. Tras intentarlo varias veces, la puerta seguía sin abrirse. Salí del coche para asegurarme de que ningún objeto físico podría interferir entre aquellas ondas de radio, vitales para mí en aquel momento, y el receptor de radiofrecuencia de la puerta interior del garaje. La puerta tampoco se abrió. Observando más de cerca el mando a distancia pude observar que al apretar el botón, el led rojo no se encendía. Todo parecía indicar que, por capricho del azar, me había quedado sin batería en el intervalo de tiempo que transcurre desde la puerta exterior, ya cerrada, a la puerta interior del garaje.

Dar media vuelta podría parecer la opción más lógica, aún salvando la dificultad de hacer un giro de 180 grados en una rampa donde apenas cabe un coche de cierta holgura. Sin embargo esta opción no era viable puesto que no dispongo de llaves del garaje (la propietaria no me las dió cuando me hizo entrega del piso). Dependía completamente de aquel mando a distancia. En un alarde de astucia decidí dejar el coche allí mismo, entrar en el edificio, bajar al piso -2 y abrir la puerta del garaje desde dentro. Esto es posible puesto que la puerta puede abrirse al accionar un pulsador que hay dentro del garaje.

Mi plan salió tal como había previsto, lo cual me sorprendió bastante. Introduje el coche en el garaje, pero al mismo tiempo que lo introducía me di cuenta de que necesitaba reemplazar la batería del mando a distancia para sacar el coche al día siguiente. "No importa, mañana compraré una pila en un chino", pensé. Y al tiempo que me decía estas palabras cobraba consciencia de que aquel miércoles era 14 de agosto y el día siguiente y el siguiente del día siguiente eran festivos locales y todos los comercios permanecerían cerrados. Así es como, de la forma más estúpida, me quedé sin coche durante 2 días. Pero realmente esto no es lo que os quería contar. El grueso de la historia comienza a partir de aquí.

Hoy sabía que tenía que comprar la nueva pila para el mando a distancia o de lo contrario volvería a quedarme sin coche otros 2 días. Aprovechando que tenía que comprar esta nueva batería, me acordé de que la pila de la llave de mi coche también llevaba tiempo gastada y que estaría bien reemplazarla.  En casa, con ayuda de un objeto punzante, abrí ambos mandos para ver qué baterías necesitaba. Una especie de pila AA mini y una batería redonda de litio, aquellas que usábamos para jugar a las maquinitas tipo Nintendo handheld. Fui hasta el chino más cercano con las baterías gastadas en el bolsillo. Tras buscar infructuosamente por la tienda me dirigí al mostrador y pregunté si tenían aquellas pilas. Era mi día de buena suerte, tenían ambas baterías y se despachaban en el mostrador. Pagué 2 escasos euros por todo.

Volví a casa y me dispuse a reemplazar las correspondientes baterías. Primero la de la llave del coche. Antes de cerrar la carcasa de la llave comprobé que funcionaba viendo si se iluminaba o no el led. Sí se iluminó. En cuanto a la llave del mando a distancia, la que más falta me hacía, no tuve tan buena suerte. Introduje la nueva batería pero el led no se iluminada. Comprobé que la pila estaba orientada correctamente y volví a pulsar el mando. Nada. Cambié la orientación de la pila (por si acaso). Tampoco nada. Introduje la pila antigua para ver que pasaba. Otra vez, nada. Volví a introducir la pila nueva. Lo mismo, nada. Era sábado y el reloj marcaba las 13:15. Probablemente casi todas las tiendas volverían a estar cerradas por la tarde, y yo me arriesgaba a volver a quedarme sin coche hasta el lunes. Me acordé de una cerrajería, relativamente cerca de mi casa, donde arreglan mandos a distancia. Sabía que era un intento a la desesperada puesto que me llevaría más de 15 minutos llegar hasta allí andando y probablemente la tienda estaría cerrada a partir de las 13:30, teniendo en cuenta que era sábado. Aún así, me arriesgué. Llegué allí a las 13:35 y para mi regocijo la cerrajería seguía abierta. Le comenté el problema al cerrajero y me invitó a irme a tomar un café y volver a las 13:55, cinco minutos antes del cierre. Parecía grave.

Tras este café de 20 minutos volví a la cerrajería. El mando estaba arreglado. Parece ser que el problema es que la batería nueva no tenía carga. "Pues es una pila nueva", comenté. Creo que en ese momento entendí por qué la pila me había costado 1 euro. Esta "reparación" me salió por 6 euros, que pagué gustosamente porque para mí significaba poder sacar mi coche del garaje después de 2 días y medio.

A media hora de la tarde, decidí preparar mi macuto e irme a nadar un poco a la piscina. Sí, últimamente he desarrollado el "extraño" hábito de ir al gimnasio/piscina en coche. Sé que parece un oxímoron pero tiene su lógica (si bien es un tema demasiado largo para este ya largo post). Este viaje de ida y vuelta a la piscina resultó inútil puesto que el centro deportivo permanece cerrado los sábados durante los meses de verano. Sin embargo, a mí me sirvió para comprobar que el mando a distancia del garaje funcionaba, y también para comprobar que ahora la llave electrónica del coche no funcionaba. "¿Cuál es la probabilidad de comprar dos pilas nuevas distintas y qué ninguna de ellas tenga carga?", pensé. Sabía que este era un problema que fascinaría a Tomás Cotos, mi profesor de métodos estadísticos de la facultad. Yo, en cambio, me compadecía de mi mala suerte y de aquellas pilas salidas probablemente de algún almacén de Huaqiangbei en Shenzhen.

Al llegar a casa me propuse solucionar aquel problema que tenía ante manos. Volvería a abrir la carcasa de la llave, vería qué estaba sucediendo y metódicamente iría comprobando que todo funcionaba hasta volver a cerrar la susodicha carcasa. Con ayuda de un cuchillo, uno de sierra, el más próximo que tenía a mano, abrí la carcasa de la llave. Resultó ser un movimiento violento porque la pequeña placa de la circuitería electrónica de la llave saltó por los aires, junto con la pila. Coloqué la pila en el slot de nuevo, y pulsé el accionador. No veía que se iluminase ningún led o luz. Cosa rara. Así que bajé al garaje para ver si aquello estaba realmente funcionando. No funcionada. Giré la pila (por si acaso), y esta vez sí funcionó. Así que volví arriba, cerré la carcasa de la llave y volví a bajar. Ahora la llave no funcionaba. "¿Qué había pasado?, ¿Qué movimiento extraño había hecho que súbitamente había vuelto a deshabilitar el funcionamiento de la llave?", pensé. Volví a arriba a por el cuchillo, y acto seguido bajé de nuevo al garaje. No saldría de allí hasta que hubiese solucionado aquel problema.

Abrí de nuevo la carcasa de la llave, y pude ver que la pila estaba ligeramente levantada. No hacía contacto. Eso explicaba por qué al pulsar el botón la llave no se accionaba. Recoloqué la pila en el slot y antes de cerrar la carcasa presioné el interruptor para comprobar que la llave funcionaba. Perfecto, aquello volvía a funcionar. Volví a presionar el accionador, y otra vez se encendieron las luces del coche. Volví a cerrar la carcasa de la llave, esta vez con sumo cuidado. Una vez cerrada, pulsé el botón y aquello seguía funcionando. "Problema resuelto", me dije. Volví a pulsar el botón una última vez para asegurarme. Sin embargo, ahora la llave no iba. "Pero, ¿qué coj...? ¿Era esta acaso la llave de Schrodinger?".

Volví a abrir la carcasa con ayuda de aquel cuchillo, esta vez sin sumo cuidado. Mientras la carcasa se abría la batería cayó al suelo con tan mala suerte que acabó debajo de mi coche. Marte estaba alineado con Venus, y este con Urano. Solo eso podía explicar mi mala suerte. Me metí en el coche y con media llave, esto es, la llave entera pero solo media carcasa, lo encendí. Sí, es correcto, lo encendí pero no lo pude arrancar. Al girar la llave y encender el coche, empezó a parpadear un led del cuadro de mandos que yo nunca había visto parpadear. Aún así, giré la llave completamente pero el coche no arrancaba. Lo intenté dos veces más. "No puede ser, ¿me he quedado sin batería por tener el coche dos días parado?". Aquel parpadeo incesante era un mensaje de Hades, estaba en el infierno y yo no lo sabía.

Encontré un plan alternativo, con ayuda de la linterna del móvil buscaría la batería perdida debajo del coche. Esta vez los astros me volvían a sonreir. Aquella batería de litio de 3V estaba allí mismo, casi delante de mis narices. Ya con la batería en mano la volví a introducir en el slot. Comprobé que funcionaba, dos veces, y cerré la carcasa. Una vez cerrada, volví a presionar el botón. Bien la primera, pero mal la segunda. A todo esto, me había alejado del coche para que no me volviese a ocurrir lo de antes.

Pues bien, toda precaución es poca, porque al abrir la carcasa, incluso con sumo cuidado, la batería volvió a caerse. Esta vez con tan mala suerte que impactó en la punta de mi pie, cosa que hizo rodar la batería por el suelo hasta volverse a introducir debajo de mi coche. Esta vez la linterna no me ayudó así que no tuve más remedio que tratar de volver arrancar el coche ("Trata de arrancarlo Carlos, por Dios").

Cuando Neo despertó en la Nabucodonosor le dijo a Morpheo mientras levantaba lentamente sus párpados: "Me duelen los ojos". "Eso es porque nunca los has usado", respondió Morpheo. Pues lo mismo me estaba pasando a mí con aquel led, la luz de Hades. Yo nunca había visto aquel led del cuadro de mandos parpadear de aquella manera. "¿Cuál era su significado?". Sé que podía coger el manual del coche y tratar de buscar una solución. "Pero, ¿para qué hacer eso cuando se te pueden ocurrir 1001 ideas ingeniosas? ¿Para qué tirar por el retrete tanta creatividad?" Todo el mundo sabe que los manuales de instrucciones se leen a posteriori, cuando ya se ha perdido toda esperanza.

La primera idea peregrina que se me ocurrió fue cerrar la carcasa de la llave, que volviese a ser toda ella una. Creo que esto no tenía ninguna lógica, pero funcionó. El coche arrancó. Una vez en marcha, me dispuse a moverlo tranquilamente, muy despacio. Quizás al mover el coche podría estar aplastando la batería, y mi vida dependía de aquella batería (claro que mover el coche más despacio no iba a hacer que la batería se aplastase menos).

Movido ya el coche completamente, pude localizar la batería. Volví a repetir uno por uno los mismos pasos de aquella danza de movimientos para mí ya sagrada. Y volvió a ocurrir exactamente lo mismo. Repetí el proceso un par de veces más y me quedé cavilando. A todo esto, la batería se volvió a caer al suelo de nuevo aunque estaba vez no fue a parar a debajo de mi coche, ni de ningún otro.

Creo que ya entendía lo que estaba pasando. Con la carcasa cerrada, la primera vez que pulsaba el botón el dispositivo funcionaba. Sin embargo, ese primer movimiento también desplazaba la batería, haciendo inútiles todos los intentos posteriores. Recordé que al abrir la carcasa por primera vez, la placa electrónica había saltado por los aires. Quizás aquelllo nunca debió haber ocurrido, quiero decir, que la placa hubiese salido volando por los aires. Es probable que al abrir la carcasa, en mi imprudencia, hubiese roto los "ligamentos" que fijaban la placa y por eso ahora era inestable, y por tanto inservible. Como el discípulo que resuelve el koan de su maestro, alcancé por un segundo la iluminación y supe allí mismo que la solución de aquel enigma no tenía solución (aunque nada que no pueda solucionar un buen pegamento de barra, o el loctite).

Sé también que tengo una llave de repuesto y que podría colocar la batería en esa llave. Sé bien que la llave la tengo, pero no sé donde está. Creo que la encontraré cuando no la esté buscando. "Fácil es buscar, fácil no encontrar".

La vida, lo real, es el infinito pormenor. Los sueños y las ficciones, son perfectas, porque son vagas e imprecisas. Siempre hay detalle en lo real. Lo inesperado e imprevisto, es la norma. Y esta experiencia, trivial en sí misma, lo confirma.



jueves, 8 de agosto de 2019

Buda en Kamakura

Hace poco terminé de leer "Viaje al Japón" de Rudyard Kipling.

Publicado en 1889, se trata de una crónica de viaje al país del Sol Naciente. Contaba Kipling por aquel entonces con 23 años, si bien ya era un escritor de notable relevancia (acababa de publicar "El hombre que pudo reinar" (1888)). Hay que tener en cuenta además que Kipling sigue siendo a día de hoy el Premio Nobel de Literatura más joven de la historia, galardón que le fue otorgado con 41 años.

Este "Viaje al Japón" de Kipling es un alto en el camino hacia los Estados Unidos, donde Kipling trabajaría como corresponsal itinerante para el periódico The Pioneer. Tres años después contraería matrimonio con la estadounidense Caroline Balestier, y Kipling volvería a Japón en viaje de luna de miel.

Esperaba encontrarme en este libro su conocida poesía "Buda at Kamakura", pero no fue así. Este poema lo escribió Kipling durante su viaje nupcial, en 1892. Suele formar parte de sus libros de compilaciones poéticas, aunque me temo que ninguno de ellos ha sido traducido al español (al menos yo no tengo constancia).

Kipling utilizó en su obra "Kim" (1901) algunas estrofas de "Buda at Kamakura" como epígrafe para los tres primeros capítulos. Estos epígrafes eran pues todo lo que yo conocía de este poema en español. Tras varias infructuosas búsquedas, decidí traducir el poema completo yo mismo.

Se trata de un poema de arte menor, donde cada estrofa es un terceto con un verso suelto, que siempre hace referencia a Kamakura. Traducir poesía es un reto totalmente fuera de mi alcance, aunque intelectualmente estimulante. He tratado de conservar el significado y mantener la rima, si bien me ha resultado imposible en algunas estrofas.

He visitado Kamakura en varias ocasiones, pero solo una vez llegué hasta el Daibutsu (el buda de Kamakura). Cuando estuve allí, o cuando de vez en cuando veo alguna foto, viene a mi cabeza la sexta estrofa de esta poesía. Aquella que encabeza el Capítulo II de Kim y empieza con "Y aquel, que libre de todo orgullo..." Estos versos, y la imagen del Buda, me teletransportan a Kamakura, a Japón y a Oriente.

'And there is a Japanese idol at Kamakura'   'Y dicen que hay un ídolo japonés en Kamakura'
                                             
O ye who tread the Narrow Way                     Vosotros que camináis la Puerta Estrecha
By Tophet-flare to Judgment Day,                   de las llamas de Tofet al Juicio Final, 
Be gentle when ‘the heathen’ pray                  ¡Sed amables cuando el “pagano” reza
To Buddha at Kamakura!                                 al Buda en Kamakura!
                                             
To Him the Way, the Law, apart,                      Para Él el Camino, la Ley, aparta,
Whom Maya held beneath her heart,              a quien Maya en su corazón guarda,
Ananda’s Lord, the Bodhisat,                          el Señor de Ananda, el Bodhisattva,
The Buddha of Kamakura.                              el Buda de Kamakura.
                                             
For though He neither burns nor sees,            Pues aunque Él no pueda quemar o ver,
Nor hears ye thank your Deities,                     ni a las deidades oír agradecer,
Ye have not sinned with such as these,          no has pecado tú tal como estos,
His children at Kamakura,                               sus hijos en Kamakura.
                                             
Yet spare us still the Western joke                  Y perdónanos el Occidental asombro
When joss-sticks turn to scented smoke         cuando el incienso fragante humo se torna
The little sins of little folk                                 las pequeñas faltas de la pequeña gente
That worship at Kamakura—                          que ora en Kamakura.
                                             
The grey-robed, gay-sashed butterflies         Mariposas de túnicas grises y alegres fajas
That flit beneath the Master’s eyes.               bajo los ojos del Maestro revolotean.
He is beyond the Mysteries                            Allende de los misterios Él está
But loves them at Kamakura.                         pero los ama en Kamakura.
                                             
And whoso will, from Pride released,             Y aquel que, libre de todo orgullo,
Contemning neither creed nor priest,             sin despreciar credo o sacerdocio,
May feel the Soul of all the East                     podrá sentir el espíritu de Oriente
About him at Kamakura.                                 sobre él en Kamakura.
                                             
Yea, every tale Ananda heard,                       Sí, cada cuento que Ananda oye,
Of birth as fish or beast or bird,                      de nacer como pájaro, bestia o pez,
While yet in lives the Master stirred,               mientras el Maestro en vidas ruede,
The warm wind brings Kamakura.                  el viento cálido traerá Kamakura.
                                             
Till drowsy eyelids seem to see                     Hasta pesados párpados parecen ver
A-flower ’neath her golden htee                     una flor bajo su roca dorada 
The Shwe-Dagon flare easterly                     el resplandor oriental de Shwedagon 
From Burma to Kamakura,                            desde Birmania a Kamakura.
                                             
And down the loaded air there comes          Y bajo el aire cargado ya llega
The thunder of Thibetan drums,                    el rugido de tambores tibetanos,
And droned—‘Om mane padme hum’s’        y murmullan ‘Om mane padme hum’
A world’s-width from Kamakura.                   al ancho mundo desde Kamakura.
                                             
Yet Brahmans rule Benares still,                   Brahma sigue reinando Benarés,
Buddh-Gaya’s ruins pit the hill,                     las ruinas de Bodhgaya cubren la colina,
And beef-fed zealots threaten ill                   y fanáticos intolerantes amenazan
To Buddha and Kamakura.                           a Buda y a Kamakura.
                                             
A tourist-show, a legend told,                       Espectáculo para turistas, leyenda inmortal,
A rusting bulk of bronze and gold,                bulto oxidado de bronce y oro,
So much, and scarce so much, ye hold        tanto, y en tan poco tanto, tú guardas
The meaning of Kamakura?                         ¿El significado de Kamakura?
                                             
But when the morning prayer is prayed,       Pero cuando la oración de la mañana suene,
Think, ere ye pass to strife and trade,          piensa, antes de pasar a mundanos menesteres,
Is God in human image made                      ¿No está Dios más hecho a la imagen del hombre
No nearer than Kamakura?                          sino allí en Kamakura?

domingo, 28 de julio de 2019

Todo sobre un relato

Publicado en 1946, "The Widsom of Eve" de Mary Orr es el relato corto en el que se basa la archiconocida película "Eva al desnudo" ("All about Eve", en el original).

Hace ya casi un año, decidimos en el club de lectura hacer una ronda de relatos "que hayan sido adaptados al cine". Examinando la copiosa página de Wikipedia sobre este tema, mientras trataba de encontrar un poco de inspiración, me topé con el relato de Mary Orr.

Conocía el título de la película, pero lo cierto es que nunca la había visto. Investigando un poco más acerca del film, ví que se había alzado con el Óscar a mejor película de 1950 y que además estaba protagonizada por Bette Davis, la estrella del Hollywood clásico a cuyos enormes ojos dedicó una canción una solista de voz áspera y desgarrada, Kim Carnes ("Bette Davis Eyes") (Nota: Realmente la canción fue escrita y publicada en 1974 por Jackie DeShanon, si bien la versión de Kim Carnes convirtió esta canción en un hit en 1981).

"Bette Davis Eyes" por Kim Carnes (1981)

Y sí, fue esa canción, que más de una vez canté en algún karaoke, la que me hizo inclinarme por el relato de Mary Orr. ¿Qué mas se podía pedir? Bette Davis, una película mundialmente conocida, un Óscar...En definitiva, un icono de la cultura popular que ha traspasado las barreras del tiempo. Y todo ello cimentado sobre un relato corto publicado en el número de mayo de 1946 de la revista Cosmopolitan. Sin duda, otro punto a favor.

Cosmopolitan, número de mayo de 1946, en el que fue 
publicado el relato original de Mary Orr

Sin embargo, tras buscarlo en múltiples ocasiones en Internet, no conseguí encontrar el relato en español. Tampoco, para mi sorpresa, conseguí encontrarlo en inglés. Tan solo referencias al mismo: artículos, papers...Terminé por agenciarme este libro: "Adaptations, from short story to big screen", una recopilación de relatos cortos que fueron posteriormente adaptados al cine (el libro incluye relatos como "Minority Report", "A Man Called Horse", y por supuesto, "The Wisdom of Eve").

Una vez recibido el libro me puse manos a la obra, primero transcribiendo el relato original en inglés a formato digital y posteriormente traduciendo. No recuerdo exactamente cuanto me llevó todo esto, pero estimo que 3 meses, dedicando unas pocas horas a la semana.

Sobre el relato en sí, nos cuenta la historia de Eva Harrington, una modesta chica que siente una profunda admiración, cuasi patológica, por Margo Crane, estrella de Broadway. Valiéndose de sus cualidades, Eva consigue hacerse amiga de Margo, e incluso de su marido, que llega a emplearla como asistente. Poco a poco, Eva, que en realidad es una aspirante a actriz, va desarticulando su secreto plan que consiste en desplazar, e incluso suplantar, a su ídolo.

La adaptación al cine es muy fidedigna respecto al relato original, incluso llega a mantener casi la totalidad de los personajes principales. Difiere un poco su forma. En el relato original la narración de los hechos corren a cargo de Karen Roberts, la mejor amiga de Margo. También cambia el final respecto al film, aunque no voy a desvelarlo ahora, ni el del relato ni el de la película.

Así mismo, la intrahistoria de este relato es también muy interesante. La propia Mary Orr, que también era actriz, se inspiró en una historia real. Unos hechos que le ocurrieron a la actriz de origen ucraniano Elisabeth Bergner mientras protagonizaba el hit "Las dos Mrs.Carrolls" en Broadway, durante la temporada 1943-44. El marido de Orr, el dramaturgo Reginald Denham, era el director de esta obra. Un día salieron todos juntos a cenar, junto con el marido de Bergner, el también director Paul Czinner, y esta les contó como había ayudado a una joven aspirante actriz que con el tiempo intentó hacerse con su papel en Broadway, e incluso con su propia vida.

Por último, no puedo dejar de recomendar esta elaborada serie de artículos del blog Filasiete sobre "Eva al desnudo", que además dedica su primera parte a los orígenes del film.

Y a continuación, el enlace a mi traducción del relato de Mary Orr:
http://artistssteal.blogspot.com/2019/07/la-sabiduria-de-eva.html

miércoles, 3 de julio de 2019

La sabiduría de Eva

Autora: Mary Orr (Traducción: Diego Pino García)

Una joven va camino a Hollywood con un contrato de mil dólares a la semana en el bolsillo de una importante compañía de cine. La llamaré Eva Harrington, si bien ese no es su nombre, aunque la parte Eva del pseudónimo no le viene mal, teniendo en cuenta las actividades serpentinas del original en un jardín que una vez fue pacífico. Dentro de uno o dos años, estoy segura de que la señorita Harrington será una alguien tan familiar para ustedes como Ingrid Bergman o Joan Fontaine. Cuando sea una estrella, estoy igualmente segura de que los astutos agentes publicitarios de Hollywood que rodean con glamour a estas criaturas celestiales les darán otra versión de su éxito. Pero no importa lo que urdan, no será tan interesante o irónico como su historia real. A ellos nunca se les ocurriría decir la verdad. Las estrellas deben ser presentadas a su público bajo una cálida y simpática luz, aunque uno podría estar rascando durante mucho tiempo antes de que tal chispa prendiese en la personalidad de Eva Harrington.

La primera vez que la vi fue en una noche fría y nevada de enero. Yo estaba sentada cómodamente bajo una manta de piel en el asiento de atrás del coche de paseo de Margola Cranston. Estábamos estacionados a la puerta de la entrada de actores de Margola, esperando a que saliera. Cuando digo estábamos, me refiero a su chófer Henry y yo. Henry estaba sentado pacientemente delante de mí, mostrando la fortaleza propia de alguien cuya principal ocupación en la vida es esperar. Pero contar las horas no es mi principal virtud, y mis dedos enguantados dibujaron un enfadado tatuaje en la tapicería policromada del coche de Margola. Yo también soy una actriz y puedo ponerme y quitarme el maquillaje tan rápido como me meto y salgo de una ducha fría. Pero no Margola. Rara vez salía del teatro antes de las doce menos cuarto. Lo que sucedió en su camerino durante tres cuartos de hora será un secreto que solo su sirvienta, Alice, y ella conocerán. Así que, si uno quería ver a Margola después del teatro había que esperar. Sin embargo, no fue una vigilia solitaria.
Había una multitud a la entrada de artistas. Eran los típicos fans en busca de autógrafos, todos con pequeños libros abiertos y estilográficas chorreando tinta. Algunos parecían ávidos espectadores de teatro; llevaban programas para que Margola los firmara y obviamente habían visto la actuación de Margola aquella noche. Podía oír sus entusiastas comentarios a través de la pequeña apertura de ventanilla que había bajado para dejar escapar el humo de mi cigarro. Algunos eran jóvenes vestidos de uniforme con sueños de salir con Margola, sueños que nunca llegarían a hacerse realidad. Sólo había una persona esperando allí que no pude catalogar. Esperaba muy cerca del coche, por lo que pude ver su cara claramente a la luz de la farola.
Era una cara joven e inusual, pero no del todo bonita. Debido a que era bastante simple, la cantidad de maquillaje que llevaba me pareció muy extraña. Lo que quiero decir es, las pestañas postizas pueden parecer muy adecuadas en Lana Turner, pero el mismo par podría resultar incongruente en una profesora de escuela. La chica tenía una expresión seria y remilgada. Vestía un práctico y cálido abrigo rojo. Sobre su cabeza llevaba un pequeño y oscuro sombrero Tam O'shanter el cual no parecía conjuntar con su abrigo. También calzaba zapatos de tacones altos y punta abierta, y de pie allí, con la aguanieve, sus pies debieron haber pasado frío. Tenía las manos metidas en los bolsillos de su abrigo y un bolso desgastado colgaba de su brazo izquierdo. Su actitud era tímida y reticente. Bajo sus largas pestañas, sus ojos miraban al suelo. Permanecía primero sobre un pie y luego sobre el otro para mantenerse en calor, pero no mostró cansancio ante la larga espera.
Continué preguntándome quién era y por qué estaba allí hasta que finalmente Margola apareció por la puerta de artistas. La había visto salir muchas veces. Fue una actuación excelente. Sabía perfectamente que no le sorprendía en absoluto ver a la multitud reunida allí, pero su expresión fue de asombro deleitable. ¡Había tanta gente reunida allí para verla! ¡No podía ser! Sonrió y firmó los libros de autógrafos y habló primero con unos y luego con otros. Irradiaba alegría. Todos se iban exclamando: «¡Qué encanto!», «¡Es tan modesta!», «¡Qué amabilidad!».
Margola subió entonces al coche y se disculpó por hacerme esperar diciendo: «¡Qué gente tan fastidiosa! ¡Qué pesados! ¡Qué idiotas!».
Yo era una de las pocas amigas de Margola. Mi esposo, Lloyd Richards, había escrito la obra que en ese momento estaba interpretando con gran éxito. Lloyd también había escrito otras de sus obras más populares. Nadie sabía mejor que él que gran parte de sus éxitos se debían a las actuaciones de Margola. Sin ella, sus obras podrían haberse representado durante cinco, seis o siete semanas. Pero gracias a Margola, su primera obra se representó durante dos años, y el éxito de la obra actual mostraba serios signos de superarla. Porque no había duda de que Margola era una gran actriz.
Al verla firmar autógrafos, me pregunté por enésima vez qué la hacía tan maravillosa. Nadie podría saberlo al verla salir del teatro. Era pequeña, como la figura infantil de un ángel de Boticelli. En el escenario, sus vestidos estaban diseñados por Cargenie, Valentia o Mainbocher. Pero fuera del escenario, se los diseñaba Cranston. En general, consistían en suéteres negros y faldas de tweed. Una vez curioseando en su armario me encontré una docena de vestidos completamente sin usar. La conozco desde hace seis años y solo la he visto dos veces con un vestido decente. Una de ellas fue en un funeral de un gran productor por el que no sentía ningún respeto y la otra fue cuando recibió un Premio de la Crítica que no quería.
Su cabello era otra cruz que sus amigos tenían que soportar. Cuando no estaba en el escenario, generalmente lo tenía apilado en la parte superior de su cabeza como si acabara de salir de la bañera. Incluso en el escenario, se podría decir a veces que recordaba a la fregona de los limpiadores del teatro. Esa noche lo llevaba metido debajo de un pañuelo pintado a mano que llevaba atado a su mentón, al estilo campesino. Llevaba un abrigo de visón, es cierto, pero en ella bien podría haber sido de rata vieja. Le llegaba hasta los tobillos y llevaba seis años pasado de moda. Nadie más que una genio podría vestirse como ella y salirse con la suya.
Lloyd siempre ha dicho que para él Margola carecía de cualquier tipo de atractivo sexual. Pero para mí es tremendamente atractiva. Lloyd reconoce un activo de su belleza, uno muy obvio, su enorme par de ojos, los cuales detrás de las candilejas pueden hacer traslucir cualquier pensamiento de la mente de un personaje. Además, parece tener el secreto de la eterna juventud. La he visto a la brillante luz del sol sin maquillaje y no parece tener más de veintinueve o treinta años. Si alguna vez Margola llega a ver los cuarenta y cinco de nuevo, que me quiten los ojos.
Nos llevábamos bien desde el primer día que nos conocimos. A menudo no estábamos de acuerdo, discutíamos, y yo me burlaba de ella. A veces Lloyd parecía preocupado y me decía que no fuera demasiado lejos, recordándome que le debía a ella en gran parte mi ático y mi juego de sables. Sin embargo, a pesar de mi lengua viperina, hasta el día de hoy ha preferido mi compañía a la mayoría de las otras mujeres.
Ser la mejor amiga de Margola es en cierto modo un poco aburrido. Yo soy el tipo de mujer que solo se siente como en casa vestida con un sombrero de Daché en el Stork club o El Morocco. Como Margola siempre parece una turista, es casi imposible convencerla para ir a cenar a mi querido Café Society. Ella prefiere un bar a una tienda de delicatessen, al Sardi, o incluso a su propia casa.

La noche en cuestión la pasaríamos en su casa, y casa para Margola es un nido de cuarenta habitaciones en Great Neck, Long Island, llamado Rancho Capulet. Eso significaba que tenía que quedarme toda la noche, porque primero habría una gran cena, y luego charla hasta las tres o cuatro de la madrugada, ya que a Margola le encanta hablar a la luz de la luna. En consecuencia, mi bolsa de viaje tuvo que reposar incómodamente sobre mis pies. Lloyd me había dado un beso de despedida cuando salí hacia el teatro, yéndose con brillo en los ojos a una sesión de póker con los amigos.
«Que tengas una feliz fiesta de gatitas» habían sido sus palabras de despedida, y supe que por dentro se sentía aliviado por no tener un que cenar con el marido de Margola, Clement Howell. Clement es un director y productor lo suficientemente inteligente pero muy inglés y pomposo. Lloyd no puede soportar el acento británico.
Margola estaba cerca del coche cuando la desaliñada chiquilla del abrigo rojo de repente entró en su campo de visión. Ví los ojos de Margola nublarse y su expresión cambió a una de molestia. La chica pronunció algunas palabras y la miró de la manera más suplicante, sus grandes ojos se llenaron de lágrimas. Pero eso no sirvió para derretir la actitud fría de la estrella. No pude oír exactamente qué le respondió Margola pero supe que no fue agradable, capté la última frase, que era: «No quiero que me molestes todas las noches». Con eso, se subió al auto y dió un portazo —Ponte en marcha, Henry —ordenó al chófer y se dejó caer en la esquina del asiento como un niño malhumorado.
—Bueno —le dije en mi tono más sarcástico —pensé que siempre eras encantadora con tu público. ¿Qué le pasa a la pequeña señorita del abrigo rojo? ¿Te quiere vender algo?
Margola me fulminó con la mirada —No tienes ni idea de lo que he pasado por culpa de esta chica. No te puedes imaginar las cosas que me ha dicho y hecho. Cómo me mintió y se burló de mí.
—Ahora, Margola —dije —no actúes. No seas tan dramática. ¿Qué puede hacerte una pobre chica?
—Es una historia muy larga —dijo —Además, me enfurezco cada vez que pienso en ello.
Encendí un cigarro y se lo pasé —Vamos, —dije —ahora tendrás que contármelo — Teníamos un largo camino por delante y nada más que hacer salvo hablar.

Cogió aire profundamente —Su nombre es Eva Harrington —dijo —Traduciendo, se deletrea como...bueno, es la chica más horrible que he conocido nunca. No tiene límite.
—Empieza por el principio —insistí —No con el tercer acto. ¿Cómo llegaste a conocer a esta modelo de todas las virtudes?
—Fue por culpa de Clement —Margola suspiró tras un momento de pausa —Primero hizo que me fijara en ella. Me preguntó si alguna vez había notado a la chica que estaba en la entrada de artistas y solo me veía salir. No quería un autógrafo, una foto o tratar de hablar conmigo. Simplemente esperaba allí y observaba.
—Le dije que no la había visto.
—Me dijo que siempre vestía un abrigo rojo y que debía echarle un vistazo la próxima vez.
—Llevaba un vestido rojo esta noche —interrumpí.
—Lo sé —respondió apartando mi comentario impacientemente —Bien, la siguiente vez que acudí al teatro, para una sesión de matiné, la ví. Estaba allí cuando terminó la actuación de la tarde. La ví otra vez cuando regresé después de cenar, y cuando acabó la sesión de la noche todavía seguía allí.
—En esta ocasión, cuando me deshice de la multitud, hablé con ella. Le pregunté si había algo que pudiera hacer por ella, y me respondió que no. Le dije que la había visto en la matiné y que mi marido la había visto antes. Dijo que esperaba allí cada noche. Yo no podía creermelo. Dije «Bien, ¿qué es lo que quieres?», y ella dijo, «Nada». Yo respondí, «Debe haber algo», y finalmente dijo que sabía que si permanecía allí el tiempo suficiente, tarde o temprano yo hablaría con ella. Le pregunté si eso era todo lo que quería y dijo que sí, que me había visto por primera vez en San Francisco cuando hice la gira de  «!No seas tan dura!» —Esa fue la primera obra de mi marido en la apareció Margola —Dijo que me había seguido hasta Los Ángeles y finalmente se vino a Nueva York.
—¿Solo para quedarse esperando en esa puerta? —dije sorprendida.
—Venía a la función —añadió Margola —tan a menudo como se lo permitía su bolsillo.
—Qué devoción —dije.
—Eso —dijo Margola tristemente —es lo que asumí. Estaba impresionada. Pensé: es mi fan más ferviente. Me siguió más allá de la Gran Brecha. Ve mis funciones una y otra vez cuando está claro que tiene poco dinero. Espera noche tras noche en la puerta solamente para verme salir y al final tuve que hablar con ella. Me conmovió.
—Entonces, ¿qué pasó? — insistí.
—Bueno —respondió Margola —Sentí que tenía que hacer algo para corresponder a esta criatura por su admiración. Tenía sólo veintidós años. Pensé: La haré pasar una noche que recordará toda su vida. Así que la invité a casa. Actuaba como si estuviera en el séptimo cielo. Tenía un ligero acento que me dijo que era noruego.
—Dijo que sus parientes habían llegado hace seis o siete años y finalmente la habían dejado aquí con una tía y que se habían vuelto a Noruega de viaje. Por supuesto, debido a la guerra no habían podido regresar, y no sabía nada de ellos en meses. Mientras tanto, se había casado con un joven piloto americano y había estado viviendo en San Francisco porque había partido desde allí hacia el Pacífico. Le pregunté qué tal lo llevaba y me dijo que al principio tenía una asignación de su marido, pero lo habían matado en Bougainville y desde entonces estaba viviendo escasamente del seguro.
—Qué triste.
—Exactamente lo mismo que pensé —dijo Margola —Me dijo que verme actuar y acudir a mis funciones habían sido su única felicidad desde que le llegó el telegrama de la muerte de su marido. Me pareció que debía hacer algo por ella. Me enteré de que podía mecanografiar y taquigrafiar. Había trabajado como secretaria en San Francisco. Se me ocurrió de repente que esta chica quizás podría ser mi secretaria. Sabes que es difícil contentarme, pero tenía delante de mí a alguien que me adoraba, que sería leal, que era callada y al mismo tiempo bien educada. Hablaba inglés a la perfección y parecía inteligente.
—Entonces le pregunté si quería trabajar para mí. Nunca has visto tal respuesta. Rompió a llorar y me besó la mano. Normalmente odio ese tipo de cosas porque sé que son insinceras, pero esta vez estaba convencida de que era auténtico. Era tan ingenua, tan carente de sutileza.
—La forma en que lo dices sugiere que no fue así.
—No te adelantes —espetó Margola. Y para mi impaciencia, tuve que esperar hasta que le pegara tres o cuatro caladas al cigarrillo.
—Bueno, le dí a la desdichada chica ropas para vestir. Le pagaba 25 dólares a la semana. Todo lo que tenía que hacer era atender a mi correspondencia, enviar fotos y demás. Algunas cartas las podía contestar sin molestarme, pero cualquier cosa que sentiera que necesitaba mi particular atención tenía que mostrármelo. Al principio era ideal. Luego después de un mes más o menos comenzó a incordiarme.
—¿De qué manera? —no pude evitar preguntar.
—Mirándome. Me miraba fijamente todo el rato. Me volvía de repente y me la encontraba mirándome. Sentía escalofríos. Finalmente, no pude soportarlo más. De pronto me di cuenta de que me estaba estudiando, imitando mis gestos, mis formas de hablar, casi haciendo las mismas cosas. Era como tener una sombra viviente. Al final le dije a Clement que debería usar a la chica en la oficina, que podría atender mi correo desde allí en lugar de casa. Yo quería sacarla de la casa, pero al mismo tiempo no quería despedirla. Todavía sentía pena por ella. Además, hacía bien su trabajo
—Clement estaba encantado —continuó Margola, apretando los labios un poco —Su secretaria acababa de dejar el trabajo para casarse y esta chica le vino como anillo al dedo. Comenzó a leer obras de teatro para nosotros haciendo algunas observaciones bastante inteligentes. Entonces un día tuvimos un ensayo, fue cuando estábamos metiendo a la Señorita Caswell en el papel de la hermana, y yo tenía dolor de muelas y no pude ir.
—No habían llamado a mi suplente. Estaba fuera y el director de escena no pudo ponerse en contacto con ella. Eva había ido al ensayo con Clement para tomar notas, y como no había nadie que pudiera interpretar mi papel, se presentó voluntaria. Clement le dijo al director de escena que le pasara el guión para que pudiera leerlo y, para su sorpresa, dijo: «Oh, no necesito guión». ¿Qué te parece, querida? —Margola se deslizó más cerca hacia mi cuando el coche giró en una esquina —¿Puedes creertelo, se sabía cada frase de mi papel? No solo cada frase sino cada inflexión y cada gesto. Clement estaba allí para ver a la Señorita Caswell y dijo que se olvidó de ella, estaba completamente fascinado con la inesperada actuación de Eva.
—¿Realmente era tan buena?
—¿Buena? —dijo Margola alzando una ceja —¡Que si era buena! ¡Era maravillosa! Clement incluso insinuó que era un poco mejor que yo. No se atrevió a decirlo, por supuesto, pero lo dejó caer medio en broma. Dijo que si hubiera cerrado los ojos no habría notado la diferencia.
—¿Y qué hay del acento noruego?
—Por lo visto —dijo Margola encogiendo los hombros —simplemente se fue. Ahora entiendo por qué.
—Yo no —respondí.
—Lo entenderás —dijo Margola sin rodeos —De todos modos, Clement estaba tan sorprendido con la primera actuación que la invitó a tomar el té después. Ella le confesó que siempre había querido ser actriz y le pidió que la ayudara. ¡Se lo pidió a él, no a mí! ¿No te parece de una falsedad horrible?
Admití que sí, pero pensé en privado que la chica había sido bastante inteligente. Las grandes actrices no se destacan por alentar a brillantes ingenuas.
—Le dijo que la única razón para estar esperando cerca de mi puerta era conocerlo a él, que lo consideraba el director y productor más brillante de Nueva York. Él no me lo dijo. Lo descubrí más tarde. Clement se sentía muy halagado. Después de todo, es solo un hombre, y yo estoy continuamente recibiendo halagos, más de los que me gustaría. A él siempre lo presentan como el marido de la Señorita Cranston, probablemente le irrita más de lo que admite. Pero allí estaba aquella chica mirándolo con ojillos como platos, diciéndole lo maravilloso que era, y se quedó prendado de ella. Me dijo que era la jovencita más talentosa que había visto en años, que debíamos ayudarla. Yo no dije nada. Sabía que tenía que manejar este asunto con cuidado. Le pregunté a Eva por qué no me había dicho que quería ser una actriz y pedirme ayuda. Tuvo las agallas —Margola hizo una pausa para crear más emoción —de decirme que sabía que no me gustaría tener competencia.
Me reí en voz alta. Era ridículo. Incluso los mejores actores de reparto suelen diluirse en el escenario cuando Margola marca el ritmo —No le falta ego —dije riéndome entre dientes.  
—¡Ego! —Margola apagó su cigarrillo en el cenicero —¡Espera a que te cuente lo de la carta! Sucedió varios días después de lo del ensayo. Se pasó por mi camerino antes de la actuación con cuatro o cinco cartas. Esta en particular es una de ellas. Me dijo que pensaba que debía revisarlas personalmente. Las metí en mi bolso, las llevé a casa y me olvidé.
—Varios días después, Eva me preguntó si las había leído, y le respondí que no. Me instó especialmente a hacerlo. Le prometí que lo haría, pero aún así lo pospuse. Odio leer el correo. Pocos días después, me volvió a insistir si había leído las cartas. Todavía no lo había hecho. Esa noche Alice me dijo que la señorita Harrington había venido a mi camerino mientras yo estaba en el escenario y había revisado mis bolsillos y mi bolso buscando algo.
—No me gustó eso, así que después del espectáculo llamé a Eva para que viniera. Me dijo que estaba buscando las cartas, que había una que, pensándolo bien, era mejor que no leyese. Le dije que ya que me había entregado esa carta en primer lugar era un poco absurdo pensar ahora que no debía verla. Pero tanto como si leo las cartas o no, nunca más debía husmear en mis cosas.
—Se deshizo en lágrimas y llorando dijo que tan solo quería ahorrarme el dolor. Había sido tan amable con ella, no quería herir mis sentimientos. Tan sólo me había dado la carta porque cuando la leyó por primera vez estaba tan emocionada que quería que la viera; pero pensándolo bien, se dió cuenta de que podría lastimarme.
—Comenté que después de lo que los críticos habían escrito sobre mi, nada en ninguna carta podría sorprenderme.
—Ahora me doy cuenta de que montó todo este espectáculo para que leyera la carta sin más demora, y lamento decir que funcionó. Esa noche cuando llegué a casa fue lo primero que hice. Fue muy fácil encontrar la carta a la que se refería. Y decía así:

Estimada Señorita Cranston,

Hoy estaba comprando una entrada para ver una representación de su obra. La puerta del teatro estaba abierta, y dado que podía oír voces y nadie estaba vigilando la puerta, entré dentro para ver qué pasaba. Parecía ser un ensayo. Una joven estaba interpretando un papel que reconocí, cuando vi la función real, como el suyo. Supongo que sería su suplente. Sé que las estrellas de su calibre siempre tienen celos de la capacidad de los jóvenes, pero mi querida Señora Cranston, yo sé que usted está por encima de esos sentimientos mezquinos. Estoy segura de que amando tanto el teatro como usted lo ama, su deseo es enriquecerlo. En su compañía, oculta detrás del escenario, se esconde la artista más brillante que he visto en mi vida. Estaba hechizada. Puso en el papel su misma habilidad pero con un plus de juventud. Esperé afuera por esta joven y le pregunté su nombre. Se llamaba Harrington. Por favor, dele el descanso que tanto se merece.

—Estaba firmado como «De parte de una de sus más fervientes admiradoras».
—Por supuesto, lo escribió ella misma —dije atónita.
—Me da que sí —dijo Margola —Estaba segura, pero como estaba escrito a máquina, no pude probarlo. Al día siguiente, simplemente le dije a Eva que había sido una coincidencia que la puerta del teatro estuviera entreabierta cuando ella estaba ensayando mi papel. No volvimos hablar del tema.
Evité hacer ningún comentario. Pude percatar que Margola estaba llegando a la escena final.
—No mucho después de esto, comenzaron las audiciones de John Bishop.
Asentí. John Bishop es uno de los mejores productores de Broadway. Cada temporada realiza audiciones a las que talentos desconocidos acuden e interpretan una escena de su propia elección en el escenario de su teatro. El jurado está compuesto por otros productores, cazatalentos de otras compañías y agentes. La razón oficial por la que Sr. Bishop organiza esta competición es su deseo altruista de darle a estos incipientes actores la oportunidad de ser vistos: el ganador a menudo entra directamente en un espectáculo de Broadway.
—Bien, querida —continuó Margola —Eva estaba loca por participar en las audiciones de Johnny. Fue a ver a Clem y le rogó que le presentara a Johnny. Clem le dijo que no hacía falta, le bastaba con rellenar un formulario de solicitud en la oficina de Johnny y cuando le llegase el turno la llamarían. Se enteró de que era cierto, y a partir de ese momento dejó de tener ninguna utilidad como secretaria. Estaba completamente indecisa sobre qué escena hacer y quería que Clement la aconsejara y preparase. Yo le dije que hiciera una escena de la función «Un beso para Cenicienta» ya que sentía que ella era más bien de tipo melancólico y lastimoso, pero Clem eligió una obra de Ibsen, Hilda en «Solness, el constructor», porque se ajustaría a su acento escandinavo.
—Naturalmente tomó el consejo de Clement, no el mío. Estudió la escena, y cuando la hubo memorizado, Clement le hizo una audición. Volvió a casa cautivado. Una vez más, pensaba que era maravillosa. Insistió en que bajara al teatro y le diera algunas sugerencias. En ese momento tenía tanta curiosidad en ver a la próxima Jeanne Eagels que accedí. Un día antes de la matiné, fui al teatro temprano e interpretó la escena para mí.
—¿Realmente era tan buena? —pregunté.
—Me impresionó —admitió Margola a regañadientes —Tenía talento, no había dudas al respecto. Tenía una voz maravillosa y recitaba con gran sinceridad, aunque esto no ocultaba el hecho de que era completamente inexperta y torpe. Supongo que eso no salió a relucir cuando me copiaba en mi papel ya que me tenía como modelo. Hice lo que pude para ayudarla a ocultar estos defectos y enseñarle algunos pequeños trucos, y los corrigió lo suficientemente rápido. Yo no estaba tan emocionada como Clement, pero pude ver que había algo de verdad en sus afirmaciones.

—Las audiciones tuvieron lugar en unos días. Eva llegó a la final, y entonces, en el gran día, se ganó al público. Todo el mundo estaba extremadamente entusiasmado con ella. Los cazatalentos la llamaron varias veces para hacer pruebas, los agentes quería añadirla a sus carteras. Pensaba que ya lo había conseguido. De la noche a la mañana se había convertido en una estrella, y ahora la historia podía salir a la luz.
—¿Qué historia?
—Su historia. Su verdadera historia. La lastimosa, meláncolica e ingenua Eva Harrington dió una entrevista a los periódicos sobre cómo había engañado a la mejor actriz de teatro durante varios meses.
—¿Engañado? ¿Cómo?
—De todas las manera posibles. Toda su historia no era más que una invención. Nunca ha estado más cerca de San Francisco que de Milwaukee, donde nació. Tenía ancestros de Noregua, pero aprendió el acento de una de las camareras del restaurante de su padre. Sus padres están sanos y salvos en Wisconsin.
—¿Y para qué quería tener acento?
—Glamour, querida. Muchas actrices extranjeras triunfan aquí. Pensó que tener acento le daría ventaja.
—Pero lo de los padres atrapados por la guerra en Noruega. ¿Qué sentido tenía todo eso? —pregunté.
—Simpatizar. Lo del marido fue una triquiñuela en la misma dirección.
—¿Quieres decir que no era viuda?
—Nunca ha estado casada.
—¡Dios mío! —dije.
—Todo el plan resultó ser una obra maestra planeada hasta el último detalle —continuó Margola, disfrutando de mi asombro —En Milwaukee había sido una secretaria con ambiciones escénicas. Ahorró el suficiente dinero para venirse a Nueva York y vivir durante seis meses. Una vez aquí, puso en marcha una cuidadosa campaña para adentrarse en el mundo del teatro. Tomó la decisión de conocernos a Clem y a mí. Creo que sus ideas iban incluso más lejos. Creo que planeaba romper nuestro matrimonio.
—Casarse con un gran productor y director sería ideal para Eva. Una vez me hizo una observación de que toda actriz importante en el teatro tenía un hombre de éxito detrás. Esa parte no llegó a cuajar, pero el resto funcionó bastante bien. Como secretaria de Clem, había conocido a la mayoría de los grandes agentes, dramaturgos y actores importantes. Ahora, además de estos contactos, había tenido la oportunidad de demostrar su habilidad y había salido victoriosa.
—Resultó muy divertido leer en la prensa que el director Clement Howell había tenido una estrella en su propia oficina pero acabó siendo descubierta por otro productor. El bueno de Clem se lo tomó bastante a broma. La entrevista fue uno de los pavoneos más grandes que he leído nunca. La parte más divertida fue como yo me quedé prendada de ella al saber que era una gran admiradora mía. Solo decir eso ya la hacía una incluso mejor actriz, por haber interpretado un papel en la vida real de manera tan convincente que nos había engatusado a Clem y a mí. Podría haberla estrangulado. Naturalmente, no esperó a que la despidiera. Renunció como secretaria de Clem, le dijo que ya no podía seguir atada a una oficina.

—Comenzó a vestirse con trajes y vestidos que destacasen. Y empezó a ponerse maquillaje en cantidad porque los informes en la mayoría de sus audiciones decían «falta de atractivo sexual».
—¿Y por qué todavía está esperando a tu puerta? —pregunté —No lo entiendo.
—Ahí es donde nos reímos nosotros los últimos —dijo Margola vivamente —Es lo único en lo que no ha cambiado. Ya sabes como es Broadway. Un día estás en lo alto y al día siguiente te olvidan. Era demasiado inexperta para saber que el éxito real y duradero se basa en el largo plazo. Pensaba que estaba lista, y se le subió a la cabeza. Hizo algunas pruebas más pero no era lo bastante fotogénica para ser sensacional, y Hollywood no se molesta en experimentar con luces y maquillaje a menos que tenga una nueva estrella entre sus manos. Era difícil de encajar, con toda seguridad no es la típica ingenua, y no se le presentó ningún papel. Muy pronto los agentes y productores se olvidaron simplemente de ella. Ni siquiera llegó a ver a John Bishop en persona, y eso que era su protegida oficial.
—Y ahí es cuando regresó llorando a mí y a Clem. Dijo que se quedaría esperando en mi puerta cada noche hasta que la perdonase, que había sido una pobre idiota cuando concedió esa entrevista. Que realmente me adoraba y al principio su única idea había sido llegar a conocerme. Que siempre me estará eternamente agradecida si solo la ayudamos a conseguir un papel. Pero yo no caigo en la misma trampa dos veces —dijo Margola con determinación —Por lo que a mí respecta, puede quedarse esperando en la entrada hasta que se convierta en una estatua. No voy a levantar un dedo para ayudarla.
—Es una pena —le dije —ya que dices que realmente tiene talento.
—¿Y qué? —dijo Margaret —Muchas chicas tienen talento y nunca llegan a tener una oportunidad para mostrarlo. Ella la tuvo, y la pifió por culpa de su arrogancia. No volverá a tener otra oportunidad nunca más.
—Probablemente no —Suspiré y miré a través de la ventanilla del coche las estrellas reflejadas que brillaban como candilejas en Little Neck Bay. No, pensé para mis adentros, la niña del abrigo rojo probablemente pasará el resto de su vida en la oscuridad. 

Pero estaba equivocada. Y Margola también lo estaba. Eva Harrington tuvo esa rara segunda oportunidad. Maldigo el día en que la tuvo. Margola tenía razón. Eva se portó como una perra. Lo sé bien, porque fue gracias a mi que la fortuna llamó dos veces a su puerta.
Varias semanas después de que Margola me contara esta historia, Lloyd había terminado su nueva obra y un destacado gerente hizo planes casi inmediatamente para producirla. Era una obra extraña, diferente a todo lo que Lloyd había escrito antes, con un reparto muy difícil. Había un papel que era un verdadero dilema. Requería una actriz joven con sensibilidad pero también con fuerza e impulso. A su vez, el papel no era lo bastante grande para una estrella, ya que tenía solo tres escenas.
Lloyd y el gerente probaron actriz tras actriz, y no valía ninguna. Lloyd quería una cierta calidad de timidez que aparentemente estaba fuera del alcance de las rubias artificiales de Hollywood. Yo sabía donde encontrar esa actriz. Sabía que la chica perfecta estaba esperando en la puerta de la entrada de actores de Margola. No se me había olvidado la tímida expresión en los ojos abiertos de Eva Harrington. Finalmente, cuando en medio de la desesperación el gerente estaba a punto de cancelar la producción, se la propuse a Lloyd.
—Pásate por allí —le sugerí —Siempre lleva un vestido rojo. No te pasará desapercibida. Si le quitas el maquillaje, tendrás exactamente lo que buscas. Además, he oído que realmente puede actuar.
Lloyd pensó que estaba bromeando, pero al final hizo lo que le dije. Eva leyó el papel al día siguiente y se lo dió. La búsqueda había terminado.
Durante los ensayos, Lloyd y el director entrenaron cuidadosamente a Eva para ocultar su torpeza. Lloyd comenzó a llevarla a comer para hablar del papel. La noche del estreno, se llevó el show. Fue un éxito, y tuve que admitir que en parte fue gracias a su actuación.
Sus reseñas fueron asombrosas. El mundo del cine volvió a entusiasmarse por ella. Esta vez, tras su éxito, los ensayos corrieron una suerte diferente. Lo que una vez había sido para Hollywood una falta de atractivo sexual ahora se llamaba «una cualidad rara». Y así es como Eva está viajando en un tren con un contrato en su bolsillo.
Yo también estoy de viaje. Me dirijo a Reno para divorciarme. Además de su éxito, Eva había encontrado tiempo para comprometerse con un famoso dramaturgo. Se va a casar con mi marido, Lloyd Richards.